Lectura: Isaías 58:1-14

Hace algunos años dejé que expirara la suscripción de mi programa antivirus. Analicé que nunca había tenido problemas y por lo tanto no me había pasado nada malo, así que no la renové y decidí vivir peligrosamente en el mundo en línea.  Sin embargo, luego de ver algunas noticias sobre virus muy peligrosos de computadora, los cuales ponían en riesgo la información personal y de tarjetas almacenada en el computador, finalmente decidí que era mejor actualizar mi suscripción.

Increíblemente, el mismo día que cargué y registré mi nuevo programa de protección, mi computadora fue infectada por un virus. Sentí que había sido engañado. El producto que prometía protección me había hecho más bien vulnerable y consideré eliminar el programa esperando que todo volviera a la normalidad. Sin embargo, antes de eliminarlo hice un descubrimiento, el virus no había invadido mi computadora el día que cargué el programa, sino que más bien el programa antivirus que instalé ese día, simplemente quitó la cubierta del virus que había estado allí acechando y realizando su trabajo insidioso en secreto.

Algo parecido sucede cuando vivimos peligrosamente en nuestras vidas espirituales. Nos alejamos de Dios sin consecuencia notoria. Asumiendo que nuestro estilo de vida descuidado no hace diferencia alguna, deambulamos aún más lejos, hasta que algunas situaciones de las que nos hemos salvado por poco nos asustan y hacen que renovemos nuestra relación con Dios.

Pero entonces de repente, nuestra vida se viene abajo y nos sentimos engañados. Nos volvemos a Dios esperando protección, pero en vez de ello recibimos problemas. Lentamente nos damos cuenta de que volvernos a Dios no deshace automáticamente el daño que comenzó, como resultado de las malas elecciones que hicimos mientras estábamos lejos de Él.

No obstante, de lo más importante que debemos darnos cuenta es que Dios es más que una pared protectora espiritual contra el daño. Él tiene un propósito para su pueblo que está por encima y que va más allá de ayudarnos a evitar los problemas. Por medio del profeta Isaías, Dios le dijo a su pueblo que quería que fuera su socio para proteger a los demás de los problemas (58:6).

  1. Si todo lo que queremos de Dios es protección contra el peligro, nos perderemos del importante propósito que Dios tiene para nosotros, la oportunidad de ser sus socios para salvar al mundo del verdadero peligro.
  2. No vivas peligrosamente, permite que Dios se instale plenamente en tu vida y elimine todo aquello que no te ha dejado crecer.

HG/MD

“En ti confiarán los que conocen tu nombre pues tú, oh Señor, no abandonaste a los que te buscaron” (Salmos 9:10).