Lectura: Hebreos 6:13-20
Luego de que Esteban llegara al final de su carrera laboral como educador, podría haberse dedicado a descansar y viajar por todos los lugares que siempre quiso conocer.
Sin embargo, él pensó en hacer algo diferente junto con otros amigos educadores y con la participación de una agencia de ayuda cristiana; emprendió un nuevo proyecto que buscaba dar mentoría a niños pobres, ayudándoles en el proceso de aprendizaje. De este modo, ofreció esperanza a quienes podrían verse tentados a dejar de lado su sueño de un mañana mejor.
Durante el siglo 1, los primeros cristianos se vieron envueltos en toda una serie de situaciones llenas de sufrimiento y desánimo, por lo que el autor de Hebreos les escribió a estos seguidores de Cristo para que no abandonaran la confianza en su esperanza futura (Hebreos 2:1).
Esa esperanza está ligada por supuesto a nuestra fe en Dios y a nuestras promesas celestiales, se centra en la persona y el sacrificio de Cristo. Cuando Él entró en el cielo, después de resucitar, confirmó esa esperanza (Hebreos 6:19-20). Esta esperanza funciona como un ancla que se arroja al mar para evitar que el barco ande a la deriva, por lo que la muerte, resurrección y retorno de Cristo al cielo, brindan seguridad y estabilidad a los creyentes. Esta esperanza para el futuro al lado de nuestro Señor no debe perderse nunca.
- Jesús es el ancla de esperanza para nuestra alma, para que no vayamos a la deriva, ni nos alejemos de la esperanza en Dios.
- En ti confiamos Señor.
HG/MD
“Tenemos la esperanza como ancla de la vida, segura y firme, y que penetra aun dentro del velo donde entró Jesús por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Hebreos 6:19-20).
Cuando todo a nuestro alrededor se mueve y cambia, Jesús sigue siendo nuestro ancla firme. Su amor y sus promesas nos mantienen estables, incluso en medio de las peores tormentas. No navegues a la deriva: aférrate a Él.