Lectura: Lucas 19:1-10

No sé si has escuchado esta frase: “demasiadas personas gastan dinero que no han ganado, para comprar cosas que no necesitan, para impresionar a personas que no los quieren”.  Estas palabras engloban muchos de los errores que cometemos con nuestra administración del dinero.

Y es que, además, el dinero es algo temporal que va y viene, por eso nuestra vida no debe estar ligada a los vaivenes de las riquezas o de lo que podamos comprar.

Nuestra cultura actual tiene un enfoque monetarista, que nos empuja a que siempre queramos tener más, lo mejor y lo nuevo.

Nuestro Señor Jesús desafió a las personas que lo oyeron, tanto a pobres como a ricos, a redefinir su sistema de valores y creencias, al afirmar lo siguiente: “Miren, guárdense de toda codicia, porque la vida de uno no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).

En los evangelios encontramos la historia de dos personas, la primera, un joven que tenía muchos bienes y que al ser desafiado por Jesús a renunciar a las cosas materiales, se fue triste y cabizbajo, pues estaba muy aferrado a ellas (Lucas 18:18-25).

La segunda persona fue Zaqueo, un recaudador de impuestos quien seguramente tenía una debilidad por la acumulación de dinero, pero al encontrarse con Jesús decidió desprenderse de mucho de su dinero y regresarlo a quienes literalmente se los había robado (Lucas 19:8).

Dos hombres, dos reacciones muy diferentes, el segundo, comprendió que en realidad el problema no es el dinero sino su amor hacia él y lo que había sido capaz de hacer para obtenerlo, y ahora había encontrado algo más valioso que el dinero: el perdón y la gracia de Jesús.

  1. Señor Jesús ayúdanos con tu gracia y danos sabiduría para poder tener una perspectiva saludable con respecto a lo que poseemos, lo que somos y cómo puede ser puesto al servicio de Dios.
  2. Nuestra vida debe reflejar la presencia de Dios en ella, de forma que refleje su carácter y prioridades.

HG/MD

“Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores” (1 Timoteo 6:10).