Lectura: 1 Corintios 1:4-9

Hace algún tiempo leí un estudio para el cual se entrevistó a unos 200.000 empleados, con el fin de determinar qué faltaba para que fueran más productivos. El principal hallazgo del estudio según la opinión de la mayoría de las personas entrevistadas, mostraba una causa común, sus empleadores debían manifestar agradecimiento y aprecio por lo que hacían. 

Por supuesto, esta conclusión señala un hecho que conocemos desde hace mucho tiempo; que los seres humanos tenemos una necesidad básica de ser reconocidos por lo que hacemos.

El apóstol Pablo también era consciente de que los creyentes en Corintio necesitaban esto; así que, antes de exhortarlos con enérgicas palabras correctivas, los llenó de elogios. Como su líder espiritual, empezó la carta agradeciendo al Señor por la gracia que exhibían en sus vidas. Reconocía que antes estas personas habían estado alejadas de Dios, y que ahora por la misericordia divina participaban de la gracia mediante la muerte y resurrección de Cristo.

Unidos a Jesús, tomaban de Él la vida espiritual, y el fruto de esta unión era una creciente santidad (1 Corintios 1:4-7). De forma deliberada y permanente, Pablo daba gracias al Señor por su obra en la vida de estos creyentes.  Este pequeño detalle de aprecio del apóstol, facilitaba que aceptaran la crítica que luego tendría que hacerles.

  1. Tomemos un tiempo para mostrarles aprecio a las personas que nos rodean.
  2. Demos gracias a Dios por lo que está haciendo a través de ellos.

HG/MD

“Gracias doy a mi Dios siempre en cuanto a ustedes por la gracia de Dios que les fue concedida en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:4).