Lectura: Jeremías 9:23-26

William J. Sidis (1898-1944), es considerado como el hombre más inteligente según su evaluación de IQ (Coeficiente Intelectual), con un puntaje de entre 250-300, incluso más alto que el160 de Albert Einstein. Por otra parte, se estima que el capital del extraordinario jugador campeón del más reciente mundial de futbol y ganador de múltiples premios y torneos Lionel Messi, asciende a más de 1.67 billones de dólares; también se estima que Elon Musk, empresario, inversor y magnate sudafricano, posee en sus cuentas bancarias más de 241.8 billones de dólares.

Las personas que tienen habilidades o posesiones extraordinarias pueden verse tentados a valorarse más de lo que deberían. Pero no hace falta ser increíblemente inteligentes, fuertes o adinerados para querer atribuirnos el mérito de nuestros logros. Cualquier hazaña, grande o pequeña, genera la pregunta: ¿A quién corresponde el mérito?

Durante un tiempo de juicio, Dios les habló a los israelitas mediante el profeta Jeremías, y les dijo: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni se alabe el valiente en su valentía, ni se alabe el rico en sus riquezas” (Jeremías 9:23). En cambio, “… Más bien, alábese en esto el que se alabe: en entenderme y conocerme…” (Jeremías 9:24). El Señor quería que su pueblo valorara su persona y su excelencia sobre todo lo demás.

Si permitimos que los elogios alimenten nuestro ego, olvidamos que “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre de las luces en quien no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Es mejor darle la gloria a Dios; no sólo porque esto protege nuestro corazón del orgullo, sino también porque el Señor lo merece. Él es Dios, el único que “…hace cosas grandes e inescrutables, y maravillas que no se pueden enumerar” (Job 5:9).

  1. Dios es el merecedor de toda la alabanza y la gloria por todo cuanto tenemos y somos.
  2. Te pedimos Señor que nos hagas sabios para usar bien los dones que has puesto a nuestro cuidado.

HG/MD

“Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre de las luces en quien no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17).