Lectura: Génesis 3:1-24

Un amigo siempre dice que, ver el canal del tiempo por cualquier razón que no sea obtener un informe del tiempo, es perder el tiempo.

Sin embargo, eso era lo que estaba sucediendo aquella tarde, en los canales normales, noticiosos, de película, deportivos y de historia, no estaban transmitiendo nada que me interesara, así que decidí ver un programa sobre huracanes.

Durante la transmisión de este programa catastrófico sobre el clima, el narrador usó la frase: “obra de Dios” para referirse a ese tipo de situaciones.  Esa elección de palabras me intrigó, “¿por qué decidió usar esa frase: “obra de Dios”?

Si bien es cierto el poder de la naturaleza evidencia la autoridad del Creador Divino, también es cierto que muchas veces tratamos de culpar a Dios cuando ocurren las cosas malas, tal como le ocurrió a Adán en el Edén.

“La mujer que me diste por compañera, ella me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12), esta fue la forma en la cual Adán trató de escabullirse de la culpa, depositando la responsabilidad en Eva y por supuesto en Dios por habérsela dado como compañera.

Es por eso que debemos aclarar este asunto, el mundo que Él diseñó era un paraíso. Las plantas y los árboles fueron declarados buenos. El sol, la luna y las estrellas: buenos. Las aves y los peces: buenos. Las otras criaturas vivientes: buenos. Los seres humanos: muy buenos (Génesis 2).

Pero, algo sucedió: el pecado entró a este mundo, y las consecuencias de la caída de la raza humana son demasiado enormes y, por ende, los acontecimientos terribles que suceden en el mundo no son culpa de Dios sino del ser humano caído en desgracia.

  1. La próxima vez que salgamos de nuestra casa y miremos el mundo creado, recordemos que Dios lo hizo para nosotros y que, a pesar de que hemos hecho desastres en él, en su amor Dios quiere darnos la oportunidad de volver a tener la relación perfecta que tuvimos con Él al inicio.
  2. Recordemos, sólo Dios es bueno (Marcos 10:18), aceptemos nuestra responsabilidad.

HG/MD

“Pero Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas “bueno”? Ninguno es bueno, sino solo uno, Dios” (Marcos 10:18).