Lectura: 1 Tesalonicenses 4:13-18

Sin lugar a dudas tener todo tipo de posesiones terrenales, placeres y beneficios de la vida, sin conocer al dador de la vida celestial, es ¡una tragedia de proporciones eternas!

La Palabra de Dios enseña claramente que, si no respondemos al regalo de la gracia de Dios mediante el reconocimiento de nuestra necesidad de un Salvador Celestial, mostrará nuestra ingratitud y sólo asegurará nuestra perdición y miseria finales (Rom. 2:4-10).

Apreciar de forma desmedida y aferrarse sin sentido a los regalos temporales de la vida, tan sólo demuestra nuestra falta de sabiduría; a la hora de elegir debemos preferir el mayor don de todos: Jesucristo.  Conocerlo de corazón es el núcleo de toda bendición verdadera. Toda la alabanza agradecida debe surgir de corazones que puedan exclamar, “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).

Hoy, como hace más de 2000 años, seguimos viviendo en la incertidumbre del sábado, a la espera de los sucesos por venir, aunque ciertamente sabemos que, así como Jesús resucitó al tercer día, un día regresará por nosotros (1 Tesalonicenses 4:13-18), todo esto se debe a lo hecho por nuestro Salvador y debido a ello, debemos decir con fe: “Gracias a Dios por morir por mí, aunque no lo merecía”.

  1. ¿Puedes decirlo?
  2. Para apreciar las múltiples bendiciones de Dios, en primer lugar, debes darle las gracias por su regalo más grande: la Salvación, y con fe esperar su regreso.

HG/MD

“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).