Lectura: Salmos 100:1-5

Las palabras de la novia del rey Salomón: «Yo soy de mi amado, y mi amado es mío» (Cantares 6:3), retratan muy bien la seguridad de un esposo y una esposa que se saben que son la pareja perfecta. En un buen matrimonio, este sentido de pertenencia se extiende a toda la familia. Los padres hablan de sus hijos con amor y orgullo. Los niños hablan con cariño de su madre, su padre, su hermano y su hermana.

Este sentido de pertenencia está disponible para todos los que reconocen a Dios como su Padre. Pero muchas personas no reconocen a Dios como su Creador y Dueño. Se ven a sí mismos como huérfanos en un universo sin sentido, los accidentes de la naturaleza no tienen propósito, significado, ni esperanza. Los creyentes, sin embargo, pueden regocijarse con el salmista: «Somos su pueblo y ovejas de su prado» (100:3).

Sigo amando las palabras que memoricé cuando era un niño las cuales estaban planteadas como una pregunta con su debida respuesta: “¿Cuál es tu único consuelo en la vida y en la muerte?» Respuesta: «Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo.”

¡Somos suyos por siempre! Somos suyos y Él nos pertenece! Qué apropiado es decir: «Aclamen alegres al Señor, habitantes de toda la tierra; adoren al Señor con regocijo. Preséntense ante él con cánticos de júbilo.»(Salmo 100:1-2 –  NVI).

1. ¿Alabamos a Dios por las bendiciones que nos concede cada día?

2. La pertenencia a Dios, trae bendiciones celestiales ilimitadas.

NPD/HVL