Lectura: Deuteronomio 8:1-20

Todos los que hemos viajado con niños una distancia considerable para llegar a un destino, por ejemplo, un lugar vacacional, hemos oído la pregunta universal: “¿Ya llegamos?” Innumerables generaciones de niños y niñas han hecho esta importante pregunta; posteriormente, cuando se convierten en adultos, más bien tienen que contestarla a algún niño con quien viajan.

Pero, esta pregunta no se limita a la actualidad, ya era muy popular en los tiempos bíblicos. Por ejemplo, cuando se lee la travesía de Moisés con el pueblo de Israel, luego de rescatarlos de la esclavitud en Egipto, les dijo que el Señor los guiaría “a tierra que fluye leche y miel” (Éxodo 3:8).  

Y lo hizo, sin embargo, en el camino tenían que cruzar el mar rojo y pasar por el desierto, no basta decir que los israelitas se quejaron constantemente (Éxodo 14:11; 16:3), y luego por su pecado, tuvieron que pasar 40 años deambulando en el desierto, pero con un propósito, Dios necesitaba reorientar su corazón, alma y mente.  Esto se logró en ese largo desierto (Deuteronomio 8:2, 15-18) en el que muchos no pudieron cumplir su deseo de llegar, ya que toda esa generación murió a causa de su desobediencia (Números 32:13).

Hay momentos en la vida en los que parece que estás dando vueltas en círculo, te sientes sin propósito y perdido, y seguramente le has preguntado al Señor: “¿Ya llegamos? ¿Falta mucho? ¡Estoy cansado!”  En esos momentos de zozobra debes recordar que para Dios no sólo es importante el final, sino la forma en la cual haces el viaje a ese destino.

  1. Puede ser que estés frustrado y sin ánimo, pero aun así espera en el Señor y confía en que Él sigue teniendo el control.
  2. Muchas veces Dios utiliza las dificultades del camino para enseñarte humidad, para sacar lo mejor de ti y para que entiendas que dependes de Él.

HG/MD

“Acuérdate de todo el camino por donde te ha conducido el Señor tu Dios estos cuarenta años por el desierto, con el fin de humillarte y probarte, para saber lo que estaba en tu corazón, y si guardarías sus mandamientos o no” (Deuteronomio 8:2).