Lectura: Hechos 1:1-11

Algunos de los hechos que causaron gran gozo en los seguidores de Jesús, fueron sus repetidas apariciones luego de su resurrección; supongo que las personas que vivieron esa experiencia tan particular, deseaban con todo su corazón que esos momentos continuaran indefinidamente.  Sin embargo; a los 40 días de su resurrección, luego de dar las últimas instrucciones a sus discípulos, ascendió muy lentamente al cielo ante sus ojos, hasta que una nube lo ocultó.

El Señor pudo haber elegido desvanecerse de forma instantánea, como lo había hecho en ocasiones previas.  No obstante, en esta ocasión decidió ascender de forma visible, como si quisiera que sus seguidores, entre ellos los apóstoles, guardaran en su memoria el momento final de sus apariciones físicas; pero su presencia física sería reemplazada en muy poco tiempo.  La ascensión fue también uno de los momentos clave en la vida de los discípulos.

Con su cuerpo humano glorificado, el Señor ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios (Efesios 4:10), y poco tiempo después, envió a otra de las personas de la Trinidad, al Espíritu Santo (Juan 14:16-18; Hechos 2:33), quien comenzó un extraordinario ministerio de intercesión por nosotros (Romanos 8:34; Hechos 7:35), convenciendo al mundo de pecado (Juan 16:8) y guiándonos en el camino de la vida (Efesios 1:15-23).

  1. Si bien es cierto que Jesús no está presente físicamente con nosotros, nos prometió: “…Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). ¡Cuán maravilloso en nuestro Salvador! ¡Y volverá! (Hechos 1:11).
  2. Ciertamente Jesús se fue físicamente de este mundo, pero nos envió al Espíritu Santo para que habitara en nosotros hasta Su Regreso (1 Corintios 6:19).

HG/MD

“Y si voy y les preparo lugar, vendré otra vez y los tomaré conmigo para que donde yo esté ustedes también estén” (Juan 14:3).