Lectura: 1 Timoteo 1:12-17

Un creyente estaba en su lecho de muerte y un amigo trató de consolarlo al decirle: “Tranquilo, vas a recibir tu recompensa porque has sido un buen hombre”.  Con su último aliento le respondió: “No, no; ¡voy a recibir misericordia!”

Por otra parte, conozco muchas personas que tienen la idea de que pueden ganarse el cielo como recompensa por tratar de guardar los 10 mandamientos, una vez uno de ellos dijo: “Ahora bien, Dios, admito que no he cumplido los mandamientos 1,4,6 y 9.  Pero recuerda Dios, que he cumplido todos los demás”.

Esta persona a pesar de su honestidad, no estaba consciente de su gran error, ya que, aunque hubiera incumplido tan sólo uno de los mandamientos, realmente es culpable por todos ellos (Santiago 2:10).

Una actitud muy diferente fue la que mostró el apóstol Pablo, quien, al hacer un recuento de sus 30 años al servicio del Señor, se veía a si mismo como “el primero” (1 Timoteo 1:15) y totalmente dependiente de la misericordia divina; tan sólo se gloriaba en el Señor quien había muerto, resucitado (Gálatas 6:14), y pagado en la cruz, el precio por el pecado para todo aquel que quiera recibir su misericordia.

  1. ¡Cuán grande oh Señor es tu gracia! Cada día todos los que hemos puesto nuestra fe en ti debemos decir: gracias Señor porque hemos recibido Tu misericordia.
  2. Gracia es recibir lo que no merecemos, misericordia es no recibir lo que sí merecemos.

HG/MD

“No obstante, por esta razón recibí misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mí, el primero, toda su clemencia para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna.” (1 Timoteo 1:16).