Lectura: Salmos 97:1-6
El verano se había extendido por mucho tiempo y la pequeña niña se había olvidado que en ocasiones algunas tormentas tropicales aparecen en el firmamento; es por eso que se asustó mucho en una ocasión cuando el cielo se puso oscuro, luego aparecieron poderosos relámpagos y una fuerte lluvia que la acompañó durante varias horas seguidas.
Esto aterró mucho a la niña, y por eso luego de un par de horas de tormenta copiosa, buscó refugio en las piernas de su papá, quien la abrazó tiernamente y la tranquilizó al decirle que Dios sabía todo lo que alguien tiene que saber con respecto a las tormentas.
En nuestra lectura devocional leímos el Salmo 97:1-6, donde el salmista usa la imagen de una tormenta para ilustrar las poderosas obras del Señor. En el salmo también se nos cuenta la forma en la que las nubes oscuras toman posesión de todo cuanto las rodea, cómo los relámpagos deslumbran el mundo con toda su energía y la tierra tiembla con su poder; esto ilustra, aunque sea en pequeña escala, a nuestro todopoderoso Señor.
Las nubes espesas y oscuras que ocultan el sol, nos recuerdan que el hombre no puede soportar la plena visión de la gloria inmensa de nuestro Dios (v.2). En el relámpago podemos ver una representación de la ira de Dios sobre sus enemigos (v.3-4) y finalmente en el verso 6, las fuerzas de la naturaleza nos recuerdan la maravillosa gloria de nuestro gran Dios.
Todos en algún momento de nuestras vidas, hemos presenciado el poder de una tormenta y a veces ese fenómeno natural puede causarnos temor; pero al mirar esas tormentas desde otra óptica, podemos aprender algo de ellas, nos ilustran algunas verdades de nuestro Dios: Él es imponente en su poder, juzga a sus enemigos y Su gloria llena la tierra.
- La próxima vez que veas una tormenta, recuerda las palabras del salmista y alaba a Dios por Su poder y majestad.
- Cuando confiamos en Dios, su poder no es peligroso sino consolador.
HG/MD
“Los hombres, maravillados, decían: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar lo obedecen?” (Mateo 8:27).