Lectura: Génesis 3:1-10

Unos amigos me contaron la siguiente historia que involucraba a su hijo, quien para ese momento de la historia tenía unos 10 años.

Era un día de verano soleado, y él junto con sus amigos decidieron ir a jugar a una calle sin salida, cuando de repente la bola salió con fuerza y quebró la ventana de uno de los vecinos.  A pesar de saber que habían cometido un error, se escaparon, sin darse cuenta que había dos vecinos observando la escena. Para cuando llegó a su casa la noticia también había llegado, y su mamá estaba esperándolo. 

Al llegar bajó la mirada y trató de entrar rápidamente, pero su mamá lo detuvo y le dijo: “¿Tienes algo que contarme?  ¿Puedes verme a los ojos y decir que nada ha pasado?”   No obstante, el niño seguía con su mirada baja, como si quisiera hacerse invisible delante de ella para evitar la conversación, y por supuesto las consecuencias.

La mamá no podía dejarlo pasar, tenían que hablar de ello, no quería que ese fuera el inicio de secretos indeseables entre ambos.  Quería que la mirara cara a cara para que se diera cuenta de cuánto lo amaba y que estaba dispuesta a perdonarlo, pero al mismo tiempo tenía que entender que habría consecuencias por aquella acción.  Luego de un tiempo, el niño aceptó su error, se comprometió a trabajar con sus amigos para pagar por los daños causados y a disculparse con los vecinos.

Al reflexionar sobre esta historia, pienso en cómo pudo haberse sentido Dios cuando Adán y Eva dañaron la confianza que había entre ellos en el huerto del Edén.  En lugar de ser honestos y enfrentar las consecuencias, prefirieron “esconderse” de Dios (Génesis 3:10), quien todo el tiempo los había visto.

Cuando comprendemos que hemos cometido un error, solemos intentar evadir las consecuencias, tratamos de huir, de escondernos y cerramos los ojos a la verdad.

  1. Dios anhela que vivamos rectamente y caminemos a su lado, pero también está dispuesto a perdonar nuestros errores, y espera que reparemos en la medida de lo posible lo que hemos quebrado.
  2. Señor, gracias por amarme aunque no lo merezca.

HG/MD

“Pero el Señor Dios llamó al hombre y le preguntó: ¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9).