Lectura: Juan 17:1-5

Se trataba de una pareja conocida; el esposo murió cuando apenas tenía 50  años de edad, víctima de un cáncer muy agresivo, él era un hombre muy activo en el ministerio, doctor de profesión y por escogencia misionero en África.  En su momento, muchos se preguntaron por qué Dios se llevó a un hombre tan entregado a sus semejantes, que renunció a una vida de éxitos y dinero como doctor, para convertirse en un hombre que compartía la mejor medicina para el peor de los males: el pecado.

Durante muchos años, he pensado en esta situación y no he sido capaz de encontrar una respuesta sencilla a la pregunta, sin embargo, podemos reflexionar sobre algunas perspectivas que nos pueden ayudar a entender este tipo de situaciones difíciles, al considerar la vida y muerte de nuestro Señor.  Antes de morir a sus 33 años, el Señor oró a su Padre de la siguiente forma: “Yo te he glorificado en la tierra, habiendo acabado la obra que me has dado que hiciera” (Juan 17:4).

El filósofo estadounidense  William James (1842-1910), expresó que el valor de una vida no se computa por su duración, sino por su donación.  A no ser por la necesidad absoluta de morir en la cruz, el Señor hubiera podido seguir realizando extraordinarios milagros por mucho más tiempo.  No obstante, esas obras no hubieran engrandecido su más importante donación: su vida, muerte y resurrección, las cuales proveyeron nuestra salvación.  Hoy, esta obra sigue dando fruto gracias a su Espíritu.

La obra que Dios hace mediante nuestras vidas, continuará dando fruto mucho tiempo después de que hayamos muerto; ello se logra gracias al discipulado, esa gran obra a la que el Señor hace referencia en Juan 17:4. Para ese momento, el Señor ya había capacitado a unas 120 personas (Hechos 1:15), que siguieron siendo fieles en su andar y llevaron el mensaje de salvación a miles y millones de personas hasta nuestros días.

  1. El discipulado, es el proceso por medio del cual trasladamos a una nueva generación, los principios de la fe por la cual vivimos. Es un pensamiento retador, que independientemente cuanto dure nuestra vida, tenemos la oportunidad de hacer donaciones duraderas en las vidas de otras personas.

 

  1. No necesitas una larga vida, para que sea una vida con propósito.

HG/MD

“Yo te he glorificado en la tierra, habiendo acabado la obra que me has dado que hiciera” (Juan 17:4).