Lectura: Efesios 3:14-21

Se dice que el filósofo griego Aristóteles creía lo siguiente: “la naturaleza aborrece el vacío”. Basaba su conclusión en la observación de que la naturaleza exige que todo espacio esté lleno de algo, aunque sea solo de aire incoloro e inoloro.

Si lo pensamos por un segundo, ese mismo principio del “anti-vacío”, se podría aplicar a nuestras vidas espirituales. Cuando el Espíritu Santo inició su labor de convencimiento de pecado (Juan 16:8), posiblemente, una de nuestras primeras reacciones haya sido empezar a establecer alguna forma en la cual poder mejorar por nosotros mismos al darnos cuenta que estábamos yendo por el camino equivocado, enforzándonos al máximo por terminar, o cuando menos encubrir, nuestros peores hábitos.

No obstante, todo esfuerzo por liberarnos de pensamientos incorrectos, malas actitudes y deseos impuros, finalmente terminará en fracaso ya que, al tratar de despojarnos de estas cosas por nuestros propios medios, creará un “vacío” en nuestras almas, que tan sólo conseguirá otro resultado quizás peor que tome su lugar, tal como lo explica el mismo Señor en Mateo 12:43-45.

Cuando estamos enterados de lo problemáticos que son estos “vacíos”, podemos entender lo que Pablo les decía a los habitantes de la iglesia que se ubicaba en Éfeso, quien oraba para que Jesús morara en sus corazones por medio de la fe para “…que conozcan ese amor, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19).

  1. La única solución permanente para el problema del pecado es sustituirlo por Jesús, quien llenará todo vacío que pueda existir.
  2. Cuanto más llenos estemos de su amor, menos lugar habrá para cualquier pensamiento pecaminoso.

HG/MD

“En fin, que conozcan ese amor, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19).