Lectura: 1 Corintios 1:18-25

Dentro de las muchas historias conmovedoras que se conocieron luego de los ataques terroristas a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, hay una entre muchas que llama la atención, es la de un trabajador de estructuras metálicas llamado Frank Silecchia.

Mientras trabaja en labores de escombreo y rescate, Frank notó dos vigas de acero en forma de cruz que se elevaban en medio de toda aquella zona de muerte y destrucción.

Frank continúo trabajando por algún tiempo en aquel lugar y a menudo paraba su labor para consolar a los visitantes, les mostraba y guiaba hacia aquella extraña figura en forma de cruz.

Sin duda esta clase de actos tan terribles, y que desgraciadamente no son tan poco comunes, no pueden ser respondidos complemente con un argumento filosófico o un tratado teológico.  Es necesario que la persona que tiene la duda viendo la maldad en el mundo, entienda que existió un acto aún más terrible, y fue el que sucedió en una de las colinas de Jerusalén, hace un par de miles de años, donde un Justo pagó por los injustos, donde la gracia fue más allá de la comprensión, donde mis pecados y los tuyos fueron clavados a una extraña figura en forma de cruz, todo para darnos vida.  “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados” (1 Pedro 2:24).

  1. Si aún no has sido guiado a la cruz, permite que Dios te lleve allí.  Estando frente a ella, verás a Uno que murió por ti, luego fue llevado a un sepulcro y tres días después resucitó.  Cree en Él y serás salvo y libre de tu dolor (1 Corintios 1:21).
  2. El camino a la vida eterna comienza al pie de la cruz.

HG/MD

“Pero lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” (Gálatas 6:14).