Lectura: Santiago 3:5-12
Nuestras palabras siempre tendrán un efecto tanto en otras personas como en nosotros mismos. Cuando decimos cosas incorrectas o perversas, estamos mostrando el efecto que el pecado produce en nuestros corazones “…Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Esta realidad se reafirma nuevamente en el libro de Santiago 3:6, el cual dice lo siguiente: “Y la lengua es un fuego; es un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros y es la que contamina el cuerpo entero. Prende fuego al curso de nuestra vida y es inflamada por el infierno.” Podemos concluir que una lengua no domada, nos corrompe y muestra que nuestra relación con Dios no está en el punto que debe estar.
En Proverbios 13:3, el autor nos recuerda la importancia que tienen las palabras, por lo cual conscientemente debemos resguardar lo que sale de nuestras bocas. Quizás algunos pueden decir: ¿Pero, cómo logramos eso? Muchos dicen que han intentado hacerlo pero no lo consiguen, y en cierta forma eso es verdad: “Pero ningún hombre puede domar su lengua; porque es un mal incontrolable, lleno de veneno mortal” (Sant.3:8).
El secreto para vencer a nuestra boca, está en Dios, tal como lo dice Salmos 141:3: “Pon, oh Señor, guardia a mi boca; guarda la puerta de mis labios”. Cuando dejamos que Dios nos ayude, empezamos a negarnos a expresar pensamientos impuros, dañinos o groseros, y con esto ejercemos el dominio propio que el Señor nos prometió: “Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Sólo con la ayuda de Dios lograremos controlar nuestras palabras.
- Recuerda, tú solo no puedes vencer, es por ello que necesitas desarrollar una relación constante y creciente con Dios.
- El que guarda su boca y su lengua guarda su alma de angustias. (Prov.21:23).
HG/MD
“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón presenta lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón presenta lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45)