Lectura: Juan 12:37-50
No sé si alguna vez habrás jugado “caída a ciegas” con algún grupo de amigos. Este es un juego que busca fortalecer los vínculos de confianza en equipos de trabajo o entre amigos, y es muy simple, juntas fuertemente tus brazos a los costados, te pones rígido, y caes a ciegas hacia atrás en los brazos de tu equipo o amigos. El objetivo del juego es hacer que tus amigos te sostengan, demostrando con ello que confías en ellos. Tú esperas, esperas de verdad, que simplemente ¡no te dejen caer al suelo!
Para muchas personas es realmente complicado hacer este tipo de dinámicas, porque no confían lo suficiente en que las personas los sostendrán cuando caigan hacia atrás.
Algo similar puede suceder en nuestro andar con Jesús. En vez de confiar en Él, algunas veces nos negamos a dejar que Dios maneje los problemas que estamos enfrentando. Literalmente le decimos: “¡No!, yo puedo hacer esto solo!” Y nos quedamos allí de pie mientras Él espera pacientemente listo para sostenernos.
Lo que debemos aceptar y entender es que en sus capaces manos el problema que enfrentamos puede resolverse, aunque quizás no siempre de la manera en que nosotros lo hubiéramos resuelto y querido; lo cierto es que conseguir ese tipo de confianza y entendimiento puede llevar tiempo.
Cuando Jesús se dirigió a las multitudes en Juan 12, estaba dejando en claro que los creyentes deben confiar en Él, obedecerle, y no intentar ir por su cuenta (vv. 44-47). Si lo hacemos todo solos, entonces, ¿para qué necesitamos a Jesús?
La realidad es que no podemos lograrlo solos, y esa es la razón por la que es tan importante que nos rindamos a Él. Jesús vino a salvarnos, a amarnos, y a ayudarnos. Al aprender a confiar completamente en Él, aprendemos obediencia y nuestra fe se hace más profunda.
- Debemos decirle a Jesús: “Listo, aquí voy. Listo para que me sostengas en tus brazos”.
- Confianza es un ejercicio de la voluntad humana que tiene implícito el riesgo, lo que debemos de comprender es que con Jesús ese riesgo no existe.
HG/MD
“Pero Jesús alzó la voz y dijo: “El que cree en mí, no cree en mí sino en el que me envió; y el que me ve a mí, ve al que me envió.” (Juan 12:44-45).