Lectura: Romanos 8:26-28

Cuando se hace algún ejercicio rutinariamente, son comunes las lesiones y en algunas ocasiones es tan considerable el daño en el músculo, que se necesita de terapia física, la cual también es dolorosa.

Por ejemplo, una vez me lesione el músculo llamado biceps femoral ubicado en la parte trasera de la pierna, y los ejercicios de recuperación consistían en estiramientos, el especialista me dijo que parte del problema que tuve fue que no estiré ni calenté mis músculos antes de hacer ejercicio, y ahora era necesario estirar el músculo para recuperar su estado original; aunque al inicio sería doloroso, con el avance de la terapia tendría buenos resultados.

Estas no son las únicas oportunidades en que tenemos que aceptar una equivocación por no hacer lo adecuado, más si se trata del tema espiritual, por ejemplo, en ocasiones no compartimos nuestra fe con otros, porque esto demandaría dejar de hacer cosas que queremos hacer con el fin de trabajar en una amistad con alguien, o no ponemos lo mejor de nosotros en nuestras relaciones sentimentales y al hacer esto literalmente las estamos lesionando hasta el grado de causar dolor o llanto.

La vida de Abraham es un excelente ejemplo de una fe que va más allá de la zona de comodidad, “cuando fue llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8); sin embargo, este hombre también es un ejemplo de cómo nos podemos lesionar por no hacer la voluntad de Dios (Génesis 12:10-20).

Puede ser que no sintamos el deseo de estirar nuestros músculos espirituales y ante el mínimo dolor nos demos por vencidos, pero Dios nos tranquiliza y nos alienta al decirnos: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Dios nos llama a confiar en Él, a ejercitar nuestra fe, a estirar adecuadamente nuestras fuerzas y talentos, y cuando nos lesionamos, a que seamos conscientes de que parte de la recuperación será dolorosa al estirar músculos que están adoloridos.

  1. En ocasiones Dios nos tiene que dar un buen estirón para mostrarnos que podemos dar más de nosotros mismos; de esta forma se fortalece nuestra vida espiritual.
  2. Nuestra fe se hace más fuerte cuando entendemos que somos débiles y que nuestra fortaleza proviene de Dios.

HG/MD

“Y me ha dicho: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9).