Lectura: Isaías 66:7-13

Un fotógrafo de la naturaleza captó uno de esos momentos que parecen sacados de la realidad. Con cuidado subió a un nido de petirrojo, ya que acostumbran a poner sus nidos a poca altura, insertó su cámara con cuidado en medio del arbusto para tomar unas fotos de los pequeños polluelos, y cuando esto sucedió los pequeñines abrieron su boca sin abrir los ojos; estaban tan acostumbrados a que su mamá los alimentara cada vez que se movían las ramas, que ni siquiera miraron para ver quien o qué provocaba aquel ruido.

Esta sin duda es la clase de amor que las madres infunden a sus hijos.  Mientras crecemos las madres hicieron que comiéramos lo que nos ponían en la mesa, y podíamos comer sin temor a que nos hiciera mal.  Aunque a veces nos obligaron a comer alimentos que no nos gustaban, en el fondo sabíamos que eran beneficiosos para nuestra salud.

Si solamente se hubieran preocupado por lo que era fácil para ellas, posiblemente nos hubieran dado comidas poco favorables, como la comida chatarra.  Las mamás por lo general siempre buscan lo mejor para sus hijos, ellas no tratan de arruinar nuestras vidas con reglas y condiciones, lo que buscan es protegernos del peligro y el mal.

Teniendo esto en mente, así y más debería ser nuestra relación con Dios, quien se comparó a sí mismo con una madre, una de sus mejores creaciones, al decir: “Como aquel a quien su madre consuela, así los consolaré yo a ustedes…” (Isaías 66:13).  Al ser Sus hijos e hijas, no hay razón para temer a lo que nos pase, ni envidiar lo que les suceda a los demás.  Confiamos plenamente en su providencia.

  1. Agradezcamos siempre a Dios por su providencia, “Así que, teniendo el sustento y con qué cubrirnos estaremos contentos con esto” (1 Timoteo 6:8).
  2. Dios tiene cuidado de nosotros, nunca lo olvidemos (Mateo 6:26-33).
  3. Gracias mamás por darnos lo mejor a pesar de nuestra terquedad ocasional.

HG/MD

“Echen sobre él toda su ansiedad porque él tiene cuidado de ustedes” (1 Pedro 5:7).