Lectura: Juan 3:1-8
En 1798, Benjamín Franklin escribió el epitafio para la lápida de su tumba, el cual decía lo siguiente:
“El cuerpo de B. Franklin, impreso al igual que la cubierta de un antiguo libro, su contenido desgastado y despojado de sus caracteres y su dorado, yace aquí, alimento para gusanos. Pero la obra no se habrá perdido por cuanto aparecerá una vez más, tal y como él lo creyó, en una edición nueva y más hermosa, corregida y aumentada por el Autor”.
Leer este interesante epitafio nos recuerda la visión que tenemos de nuestra futura resurrección. Los cuerpos que ahora tenemos son propensos al envejecimiento, al deterioro físico y finalmente a la muerte. La resurrección de Jesús cambió todo el panorama, ya que nos abrió la puerta para el perdón y nos brinda la promesa de un cuerpo renovado, tal como nos lo dijo el apóstol Pablo: “Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción; se resucita en incorrupción. Se siembra en deshonra; se resucita con gloria. Se siembra en debilidad; se resucita con poder” (1 Corintios 15:42-43).
Mientras la vida continúa su inexorable tic tac, y nuestros rostros muestran poco a poco el paso de las horas, días, meses y años, tenemos la esperanza de que en el futuro el Señor nos brindará un cuerpo muy diferente al original, el cual nos acompaña desde el día de nuestra concepción, un cuerpo no corruptible, un cuerpo nuevo sin las manchas del pecado original.
- Gracias Señor porque en tu tiempo cumplirás tu promesa de llevarnos contigo para siempre.
- Gracias porque este cuerpo nos ha servido hasta el día de hoy, y ha sido nuestra casa y con él hemos tenido malas y buenas experiencias, con él comprendimos la realidad de nuestro pecado y su pago, y con él comprendimos que necesitábamos tu perdón para tener el mejor de los futuros.
HG/MD
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que tenía delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).