Lectura: Lucas 13:1-5

Se trataba de una pareja muy querida por la gente de su comunidad, eran caritativos, ayudaban cuando alguien lo necesitaba, en la iglesia eran personas muy activas, pero esa fría mañana de invierno cuando se dirigían al servicio dominical, un conductor borracho los envistió con tal fuerza, que su auto dio varias vueltas antes de terminar envuelto en llamas.  ¿Por qué sucedió esto? ¡Eran personas increíbles y muy amadas por todos aquellos que los conocían!

Ciertamente, ellos no buscaron que sucediera el terrible accidente, pero no podemos culpar a Dios por los actos insensatos del conductor que lo provocó. Algunos se verían tentados a culpar al diablo.  Sin embargo, hay que reconocer que cuando una persona se emborracha y toma irresponsablemente el volante de su automóvil, la probabilidad de que pueda causar un desastre es muy alta, tal y como sucedió esa triste mañana de domingo.

En este mismo sentido, en nuestra lectura devocional el Señor hace referencia a dos tragedias que ocurrieron en sus días y que fueron reconocidas por todos.  En una de ellas, Pilato mandó a matar a unos galileos y mezcló su sangre con la de sus sacrificios (Lucas 13:1).  En la otra situación, dieciocho israelitas murieron terriblemente al caerles una torre (Lucas 13:4).  Al igual que hoy, en ese tiempo la gente tenía la creencia de que si alguien moría de una forma trágica, era porque posiblemente había cometido algún tipo de pecado y por ello merecía un horrible fin.

Jesús aclaró que esa forma de pensar no es la correcta. Les dijo a quienes lo escuchaban, que en lugar de andar buscando culpables, debían percibir esos acontecimientos como un llamado al arrepentimiento.  Lo que quería que entendieran era que si lo rechazaban a Él, al Mesías, y persistían en ese pecado, iban a terminar muy mal en un lugar sin esperanza: el infierno (Lucas 12:5).

  1. Entonces, cuando veas tragedias inexplicables, evita los por qué; agradece a tu Creador por las bendiciones de vivir un día más tan sólo por su misericordia divina, examina tu corazón, reconoce tus errores, arrepiéntete y cambia tu caminar.
  2. Los problemas de la vida tan sólo nos deben hacer recordar que somos seres finitos, necesitados y dependientes del amor de Dios.

HG/MD

“Pero yo seré como un olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia del Señor confiaré eternamente y para siempre” (Salmos 52:8)