Lectura: Juan 1:19-34
En el año de 1997 muchos misioneros se vieron forzados a salir del Congo, debido a la cruenta guerra civil que vivió ese país. Los pobladores de las numerosas aldeas eran alertadas de la inminente llegada de la guerra gracias a los tambores que anunciaban que el conflicto se acercaba. Las personas trataban de huir por las veredas y ríos, llevando consigo tan sólo lo necesario para que nada les estorbara en su fuga, sin embargo de noche y de día, el sonido de los tambores no les permitía conciliar el sueño.
Hoy tenemos teléfonos celulares, internet y por supuesto redes sociales, que nos permiten compartir la información prácticamente de forma inmediata; no obstante, por muchos años los pobladores de esas partes del planeta usaron como medio de comunicación los tambores, mediante los cuales se anunciaba la cercanía de festivales, nacimientos, convocaban reuniones, y también servían para comunicar la muerte de alguna persona o malas noticias.
Juan el Bautista, tuvo un papel muy similar al de aquellos tambores, sus constantes llamados al arrepentimiento y sus bautismos en el Jordán, tenían el objetivo de cambiar la forma en la cual las personas estaban llevando sus vidas, y hacer que volvieran al Señor y aceptaran su necesidad de Él. Su condena a los líderes religiosos y los reproches al “rey” Herodes Antipas, regente de Galilea y Perea (Luc. 3:1) debido que vivía un amorío con la esposa de su hermano, eran conocidas por todos (Mateo 14:3-4). El mensaje de Juan era de preparación y advertencia de que las cosas iban a cambiar y pronto sabrían de las buenas nuevas para unos y malas nuevas para la mayoría (Mateo 3). El Mesías pronto estaría iniciando su ministerio entre ellos.
Hoy, al igual que hace 2000 años, tenemos el privilegio de enviar la alerta por todos los medios, anunciar la noticia más grande de todos los tiempos; pero no se queda ahí, pues nuestra vida, forma de ser y expresarnos es un canal adicional que grita de igual o mayor forma, que Jesús vino, vivió entre nosotros, lo rechazaron, crucificaron y que tres días después resucitó. Esta noticia sigue tan vigente como aquel primer domingo en el cual hombres y mujeres buscaron en la tumba vacía y no lo encontraron, ¡pues está vivo, Jesús está vivo!
- Aun hoy, con todos los medios a nuestra disposición, siguen existiendo personas para las cuales Jesús no existe o no lo conocen como Señor y Salvador, y nosotros seguimos teniendo el privilegio de anunciar las buenas nuevas a la humanidad.
- Testifiquemos con nuestra vida y nuestras palabras.
HG/MD
“Dijo: Yo soy la voz de uno que proclama en el desierto: “Enderecen el camino del Señor” (Juan 1:23).