Lectura: Marcos 4:26-32

En una de las ocasiones cuando trabajé con grupos de jóvenes, con el equipo de ministerio organizamos un campamento de verano y cada mañana empezábamos el día con un breve devocional grupal, en el cual tratábamos de incluir algún elemento del evangelio.

Una mañana, con el fin de ilustrar la idea de que aceptar a Jesús como Señor y Salvador, tiene la implicación de convertirse en una nueva criatura, el encargado del devocional de ese día relató la historia del ratón que quería ser caballo.

El ratón se levantaba muy temprano para ver la manada de caballos salvajes que pastaba cerca de su madriguera, al verlos pensaba que aquellas eran criaturas muy elegantes, y por consiguiente quería ser como uno de ellos, así que empezó a actuar como un caballo, trataba de caminar igual, hacer los mismos ruidos y hasta comer hierba.  Sin embargo, los caballos nunca lo aceptaron porque tenía un gran problema, era un ratón.

¿Cómo puede un ratón convertirse en caballo?  Naturalmente es imposible, pero ahí es cuando entra quien puede hacer que lo imposible se haga realidad: Jesús, el único que puede hacer que una criatura sin vida cobre vida, haciéndolo nacer de nuevo espiritualmente (Juan 3:1-16).

En ese campamento en particular, había sido invitado un muchacho bastante problemático quien fue un dolor de cabeza para los líderes que estábamos a cargo, y de hecho fue bastante hostil con la fe.  Lo único que podíamos hacer era amarlo, orar por él y tratar de contener su mala actitud.  Luego del campamento no volvimos a saber nada de él, hasta 5 años más tarde.

Un día me encontré con él en la calle y lo primero que me dijo fue: “¡Soy un caballo!”.  Yo me quedé pensando mucho hasta que recordé aquella historia del campamento.  La semilla que habíamos sembrado años atrás al fin daba fruto.

  1. Es necesario que continuemos compartiendo el evangelio con todas las personas que podamos, aun las más difíciles, recuerda que Dios es quien finalmente puede hacer germinar la semilla que sembramos en los corazones.
  2. Oremos, seamos pacientes y compartamos el evangelio con aquellos que aún no lo han oído o entendido.

HG/MD

“Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, quien da el crecimiento” (1 Corintios 3:6-7).