Lectura: Juan 21:3-17

Tengo un amigo a quien le encantan los asados, ama el olor de la carne sobre la parrilla, los chorizos y el sonido de los vegetales cuando se cocinan a fuego lento sobre las brasas del carbón.

Y creo que no es el único, por eso me resulta llamativo cuando en Juan 21:9, se hace mención de la palabra “brasas”.

En los versos 1-3 de este capítulo, se nos cuenta que Pedro había vuelto a su negocio de la pesca, algo en lo que posiblemente se sentía cómodo y acostumbrado; estaba volviendo a las conocidas brasas de fuego que calentaban sus huesos luego de la faena diaria, lo cual también le brindaba seguridad.

En su cabeza aún revoloteaban las palabras del Señor: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, tú me negarás tres veces” (Mateo 26:34); se sentía culpable por haber negado a su Señor de la forma cobarde que lo hizo (Juan 18:17-18). Entonces, ¿por qué no volver a la pesca y al calor de las brasas?

En medio de toda esta escena, mientras Pedro y sus amigos arrojaban las redes, el Señor les preparaba un fuego en la orilla de la playa.  ¿Fue esto una coincidencia? No lo creo. Mientras Pedro se iba acercando al Señor, en la cabeza de Pedro seguramente volvió a surgir el olor de otro fogón, el de la prueba y la traición cometida al fallarle al Señor en gran manera.  Pero ahora la diferencia era que ahí estaba Él con su misericordia, extendiendo su mano para que volviera al calor de la amistad y del servicio.

  1. ¿A cuál tipo de fogón queremos acercarnos, al de la prueba o al de la alegría de la amistad con el Señor?
  2. Todos estamos expuestos a las equivocaciones, lo importante es ¿qué hacemos luego de equivocarnos, continuar en el suelo o levantarnos y hacer lo correcto delante de los ojos de Dios?

HG/MD

“Amados, no se sorprendan por el fuego que arde entre ustedes para ponerlos a prueba como si les aconteciera cosa extraña” (1 Pedro 4:12).