Lectura: Salmo 119:1-8
Había dejado de llover hacía 1 hora, y el pequeño de 6 años terminó sus deberes y salió raudo al frente de su casa a brincar sobre algunos charcos de barro que se habían formado por la lluvia.
Su papá le dijo que se detuviera, entonces el niño empezó a correr de charco en charco, su padre nuevamente le dijo: “No corras de charco en charco, te vas a enfermar”, así que en ese momento el niño empezó a caminar sobre los charcos, razón por la cual el papá le dijo: “Deja de caminar sobre los charcos”, y el niño con una mirada traviesa, empezó a caminar de puntillas sobre los charcos. Sin dudas el niño sabía lo que deseaba su padre, pero no quería obedecer.
Si nos ponemos a pensar en esta historia, podemos concluir que en ocasiones todos actuamos como ese niño. Sabemos claramente lo que al Señor no le agrada, pero lo seguimos haciendo.
Dios les dijo a los israelitas que debían “…poner por obra todos sus mandamientos” (Deuteronomio 28:1), pero no lo hicieron. En el Salmo 119, el salmista reconoció su lucha: “¡Ojalá fuesen estables mis caminos para guardar tus leyes!” (Salmo 119:5).
Sabemos que pecados como los celos, el odio y la rebeldía ocurren con demasiada frecuencia. No obstante, Dios ofrece salvación por medio del sacrificio de su Hijo Jesucristo. El Espíritu Santo nos ayuda cuando somos tentados (1 Corintios 10:13). Además, cuando confesamos nuestros pecados, promete perdonarnos (1 Juan 1:9).
- No sigas corriendo sobre charcos de pecado que colman tu vida. Detente y obedece a Dios quien te ayudará a resistir la tentación, ¡Él nunca dejará de amarte!
- Hoy puede ser el primer día del resto de tu vida, acepta el mensaje de salvación que el Señor Jesús te está ofreciendo.
HG/MD
“Bienaventurados los que guardan sus testimonios y con todo el corazón le buscan” (Salmo 119:2).
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