Lectura: Salmos 145:1-10
Un joven que siempre había tenido excelentes notas, y que de hecho era el orgullo de sus humildes padres, ingresó a una muy buena universidad gracias a una beca que había obtenido. Sin embargo, tiempo después fue víctima de malas compañías que lo hicieron descuidar sus estudios, y como consecuencia perdió las materias del semestre y la beca.
El muchacho se encontraba muy avergonzado, y sabía que sus padres eran pobres y no podían pagar las cuotas de esa universidad, por lo cual decidió esconderse y conseguir un empleo en la ciudad. Durante todo ese tiempo padeció muchas necesidades y penurias. Un día mientras caminaba por la calle en dirección a su humilde empleo, se encontró con su padre, quien había dejado su pequeño pueblo para buscarlo desesperadamente día y noche por las calles de aquella gran ciudad; cuando lo encontró lo abrazó y lo llevó de nuevo a casa con él.
Este estudiante avergonzado, es muy similar a muchos creyentes que han pasado por alguna circunstancia que los llevó al fracaso. Dudan de su fe, no quieren reconocer sus errores y algunos hasta han optado por negar su fe.
Que diferencia encontramos en el salmista, que tenía una relación tan estrecha con Dios, y que no la podía mantener oculta (Salmos 145:21).
- ¿Estás tentado a esconderte en lugar de admitir tus errores y confesar que necesitas del perdón de Dios? Pídele a Él el valor para seguir adelante.
- Si vale la pena tener fe, también vale la pena compartirla.
HG/MD
“Mi boca expresará la alabanza del Señor: ¡Bendiga todo mortal su santo nombre, eternamente y para siempre!” (Salmos 145:21).