Lectura: Apocalipsis 21:1-5

Estábamos disfrutando de un lindo día de verano en uno de los parques de la ciudad: el sonido de los pájaros, el agua brotaba dejando caer gotas que salpicaban frescura a todo aquel que se acercaba a una de las fuentes que tenía el parque, los niños reían y los padres corrían tras ellos; era un día perfecto para liberar el estrés de la semana laboral.

De repente una sirena rompió la armonía con su sonido estridente, todos dejaron lo que estaban haciendo para prestar atención inmediata.  Sin duda, en nuestra mente una sirena significa que alguien tiene problemas de salud, con el fuego o con la justicia.  La vida de alguien está en riesgo o las fuerzas de la ley están tratando de hacer cumplir lo establecido.

Mientras el sonido de la sirena se apagaba a la distancia, pensé que las sirenas son un recordatorio de una poderosa realidad.  El mundo en el cual vivimos está en crisis, ya sea por las actividades criminales o por tragedias personales; el sonido tan particular de las sirenas, es un recordatorio constante de que las consecuencias del pecado están activas y necesitan arreglarse.

Como creyentes tenemos la certeza de que Dios conoce la condición del mundo en el cual vivimos, y que Él mismo ha prometido que esta situación también tendrá un fin: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5).  Esta promesa de Dios es verdadera y nos debe ayudar a fortalecer nuestra fe.

  1. La esperanza de que todo lo que vivimos pasará (Mateo 24:35), es más fuerte que las sirenas (Hebreos 11:6).
  2. La paz que encontramos en Jesús acalla el ruido de nuestras pruebas.

HG/MD

“El que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas”. Y dijo: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:5).