Lectura: Salmo 145:1-13

Hace algunos años mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de visitar Chile, y más precisamente la parte más austral de este país.  Como parte de nuestro recorrido pudimos visitar el parque nacional Torres del Paine, que se encuentra ubicado entre la Cordillera de los Andes y la estepa Patagónica.

Es un lugar increíble lleno de lagos, cuevas, cataratas, grandes espacios abiertos y por supuesto, las cumbres Paine Grande y sus conocidas torres que le otorgan su nombre.  En el 2013, la revista National Geographic escogió a este parque como el quinto lugar más hermoso del mundo.

Cuando hacíamos el recorrido nos detuvimos en un pequeño restaurante a tomar algo caliente, y un hombre que estaba por ahí se dio cuenta de que éramos turistas y bromeó, diciendo: “No tiene nada de extraordinario. Las veo todos los días”.

Cuan fácilmente nos acostumbramos a lo que nos rodea y nos volvemos insensibles ante lo conocido; incluso ante lugares o experiencias que anteriormente nos deleitaron muchísimo.

Aunque la gloria de Dios se manifiesta con claridad en todo lo que nos rodea, a veces el ajetreo de la vida nos nubla la vista. Damos por descontada su obra asombrosa en nuestra vida. La cruz ya no nos maravilla. Nos olvidamos del privilegio de ser sus hijos, descuidamos el placer de su presencia y no valoramos la belleza de su creación.

Por eso es tan impactante la declaración del salmista cuando dice: “Hablarán del esplendor de tu gloriosa majestad, y meditaré en tus maravillas” (Salmo 145:5).

  1. Tomemos hoy un tiempo para pensar en las maravillosas obras que Dios ha hecho.
  2. Agradezcamos porque el gran Creador del universo tuvo misericordia de nosotros, y sin obligación vino a vivir entre nosotros, fue culpado por un delito que no cometió, tomó nuestra culpa, murió sin merecerlo y lo más extraordinario, resucitó al tercer día para darnos la posibilidad de tener vida eterna a su lado.

HG/MD

“Hablarán del esplendor de tu gloriosa majestad, y meditaré en tus maravillas” (Salmo 145:5).