Lectura: Lucas 11:5-13

Una familia oraba en silencio, en voz alta, de forma individual y grupal, la razón de esas oraciones eran sus dos hijos: para que Dios los protegiera, les diera la sabiduría para tomar las mejores decisiones, para que se alimentaran bien, salieran bien en sus estudios, para que las personas que los educaban en su primaria y secundaria hicieran un buen trabajo y para que las personas que impartían clases de la Biblia les dieran los mejores consejos y apoyo.

A medida que fueron creciendo, las oraciones fueron cambiando: para que la elección de su carrera universitaria fuera la correcta, eligieran en un futuro a la persona correcta para compartir el resto de sus vidas, tuvieran cuidado al conducir el automóvil, siguieran los caminos de Señor siempre, entre otras muchas cosas.

Pero, algo pasó, ¿sería que Dios no comprendió el terrible dolor que le causaría a la familia el evento que iba a ocurrir ese día?  ¿Por qué Dios no detuvo a tiempo el auto que golpeó con fuerza descomunal el auto donde se desplazaba el menor de la familia?  Sí, ese día su padre y su madre también oraron por él, pero ese mismo día murió Sebastián.

Entonces, ¿ahora qué? ¿deben dejar de orar?  ¿Ya no insisten más con Dios? ¿Deben tratar de vivir a su manera y por su cuenta?

Por supuesto que no.  La oración es la herramienta que Dios nos dejó para comunicarnos con Él, oramos para nuestro bien, al hacerlo encontramos alivio a nuestros problemas, sólo Él conoce los secretos y deseos más profundos del corazón.  Y al pensar en las oraciones no contestadas de acuerdo con nuestros deseos, debemos entender algo más con respecto a la fe que hemos abrazado, al orar no exigimos lo que queremos, estamos confiando en la bondad de Dios, en Su soberanía y voluntad a pesar de las tragedias y alegrías de la vida.  Él sigue teniendo el control de todo lo que ocurre y sabe lo que es mejor para nosotros, debemos seguir hablando con Él y pasando tiempo en Su Palabra para conocerlo mejor.

  1. Reímos y lloramos, pero seguimos orando.
  2. Puede ser que no responda a nuestras peticiones de la manera que queremos, pero nunca decepcionará nuestra confianza.

HG/MD

“Porque todo aquel que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abrirá” (Lucas 11:10).