Lectura: Salmo 32:1-7

Debido a la construcción de una presa en los años 70 del siglo pasado, se tuvieron que inundar muchos kilómetros de terrenos para formar una laguna artificial que alimentara con sus aguas a la planta hidroeléctrica. Por supuesto, en algunos cuantos terrenos que se inundaron, se encontraban poblados pequeños con sus iglesias y casas de habitación.

Por muchos años, el lago artificial escondió secretos en sus densas aguas y en sus capas de fango. Sin embargo, una sequía provocó que buena parte del lago se secara hasta alcanzar su nivel más bajo desde que se tenían registros oficiales, revelando con ello muchos años de historia que parecían olvidados.  Al rastrillar el lecho del lago, los arqueólogos encontraron artefactos, cerámica, fragmentos de huesos humanos e incluso botes.

En nuestra lectura devocional también leímos que luego de que el rey David planeara la muerte de Urías el esposo de Betsabé, cubrió sus pecados negándolos, y mucho menos fue capaz de confesarlos, pese a que siguió cumpliendo sus deberes religiosos.  Sin embargo, también es cierto que todo el tiempo que David ocultó sus pecaminosos pecados, experimentó la mano del Señor que lo oprimía, y como el agua en el calor del verano, su fuerza se esfumó (Salmos 32:3-4).

Pero todo su encubrimiento se vino abajo, cuando el profeta Natán confrontó a David con su pecado, lo cual produjo que reconociera su maldad y se arrepintiera de ellos. Inmediatamente Dios lo perdonó y por fin pudo experimentar de nuevo su misericordia y su gracia (2 Samuel 12:13; Salmos 32:5 y Salmos 51).

  1. Los pecados ocultos sólo nos hacen daño, pidamos perdón a Dios y reestablezcamos nuestra relación con Él.
  2. Su amor es más grande que cualquier pecado que hayamos cometido, pidamos perdón y arrepintámonos de nuestro error.

HG/MD

“Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis rebeliones al Señor”. Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:5).