Lectura: Hechos 16:16-24
Cada día más y más personas se unen a la práctica del montañismo o senderismo, que consiste en realizar paseos, comúnmente durante los fines de semana, a zonas alejadas de las grandes urbes. Los destinos más comunes para realizar este tipo de práctica son reservas o parques nacionales, los cuales en muchos casos cuentan con senderos bien demarcados para poder caminar o correr en medio del bosque, cañones naturales o en cercanías de ríos y lagos. A pesar de estas facilidades, existen algunos un poco más aventureros que se arriesgan y utilizan rutas no demarcadas o caminos naturales que usan los animales; cuando esto ocurre, en ocasiones estos aventureros tienen la amarga experiencia de que luego de algunas horas terminan perdidos en medio de la nada.
En esos momentos, no hay nada más reconfortante que oír la voz de una persona que grita tu nombre, con la esperanza de que la puedas escuchar. Luego de algunos momentos angustiantes, escuchas la voz de tu rescatador que dice: “¡Sígueme, conozco la salida, no es sencillo, pero te llevaré fuera de aquí!”. Quizás le digas a esa persona: “¿Cómo puedes decirme que sólo hay una salida? Debe haber otras”. El rescatador te dice: “Puede ser que sí existan otros caminos. Pero yo he explorado esta montaña y debes ir por el camino que yo te digo, pues si sigues por otros caminos, de seguro morirás”. Tu respondes con gran orgullo: “Tienes una mentalidad muy estrecha, sigue, yo me las arreglaré solo”.
Puede que esa conversación entre rescatista y explorador suene un tanto ilógica y hasta tonta; sin embargo, esa es la forma en la cual muchas personas reaccionan cuando mencionamos que el único camino real para ir al cielo es por medio de la fe en Jesús; que existen otros caminos que son más amplios y bonitos, pero al final llevan a la muerte. Uno esperaría que al compartir el evangelio le dijeran siempre: “Cómo es posible que nunca lo haya visto, lo que dices es una gran verdad y voy a ir por ese camino que mencionas; al lado de Jesús”. Pero la mayoría de las veces recibimos la respuesta que dio el explorador: “¡Déjame tranquilo! Yo no creo en eso de que sólo hay un camino”.
El rescatador, ama, se preocupa y hasta arriesga su vida por los demás. El apóstol Pablo tenía este extraordinario oficio de rescatador y pasó por muchas tribulaciones a causa de esto: “En trabajos arduos, más; en cárceles, más; en azotes, sin medida; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces he recibido de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido flagelado con varas; una vez he sido apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado en lo profundo del mar. Muchas veces he estado en viajes a pie, en peligros de ríos, en peligros de asaltantes, en peligros de los de mi nación, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos; en trabajo arduo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Corintios 11:23-27).
- Las personas no siempre recibirán nuestros intentos de rescate con los brazos abiertos, pero esto no debe impedir que les mostremos el camino. ¡Sé un rescatador! (2 Corintios 5:20).
- Los que están perdidos necesitan de alguien que les muestre el camino.
HG/MD
“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo; y como Dios los exhorta por medio nuestro, les rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconcíliense con Dios!” (2 Corintios 5:20).