Lectura: Hechos 4:1-12

Se cuenta que uno de los mariscales del ejército de Napoleón literalmente adoraba a su emperador. En una batalla fue herido de muerte y llevado a su tienda de batalla, y cuando estaba a punto de morir llamó a Napoleón quien fue a verlo.

Con sus últimos minutos, mientras sentía que se acercaba la fría e inexorable muerte, le suplicó a su emperador: “¡Sálvame Napoleón! ¡Sálvame!”, pero Napoleón tan sólo sacudió la cabeza y se alejó de aquella triste escena.  En la hora de la muerte este hombre descubrió que ni siquiera su adorado líder podía rescatarlo.

Al igual que este soldado se enteró de la peor manera de que un hombre no podía salvarlo, hoy nosotros también debemos entender esto; ningún ser humano por más bueno que parezca puede proveer salvación, sólo en Jesús hay vida eterna.  La Biblia es muy clara al indicarlo: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

  1. Si aún no le has pedido a Jesús que te salve, hoy puede ser ese día.  El Señor siempre les contestará a quienes suplican Su misericordia, puedes confiar en Él.
  2. Al aceptar el regalo de salvación reconociendo tu imposibilidad de salvarte a ti mismo, has empezado el camino hacia la vida eterna (Juan 3:16).

HG/MD

“Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).