Lectura: 2 Timoteo 1:15-18
Una mujer había sufrido un ataque reciente de apoplejía, y como consecuencia sus parientes tenían que auxiliarla con las labores más básicas; para empeorar la situación el ataque le había dejado secuelas en su memoria a corto plazo, por lo cual se le dificultaba recordar cosas recientes de su vida.
Una amiga de esta mujer le sugirió a su esposo que ambos la llevaran a cenar, a lo que él respondió que ella no iba a recordar al día siguiente, que ellos la habían llevado a comer; su esposa le contestó: “Mientras estemos con ella, sabrá que la amamos”.
Todos y cada uno de nosotros necesitamos sentirnos amados, desde el bebé que no puede valerse por sí mismo; el niño que anhela que sus papas le muestren con un beso antes de acostarse, cuanto lo aman y que no está solo; la adolescente que sueña con su gran amor; el adulto que quiere un beso de su pareja y contarle las situaciones del día al llegar a casa; hasta el adulto mayor que desea sentir que aún es útil, y que necesita las llamadas y visitas de sus seres queridos.
El apóstol Pablo no fue la excepción; estando en las frías celdas de una prisión romana, se sentía triste pues muchos que antes lo habían acompañado en su trabajo misionero, ahora lo habían abandonado, y por ello agradeció tanto la visita y amistad de Onesíforo.
Onesíforo dejó la comodidad de su familia en Éfeso y su ministerio en la iglesia local de esa ciudad, para ayudar a su amigo y hermano Pablo; cuando llegó a Roma, buscó por todos lados a Pablo hasta encontrarlo (2 Timoteo 1:17). Pablo reconoció este acto de amor y compromiso al declarar lo siguiente: “El Señor conceda misericordia a la casa de Onesíforo porque muchas veces me reanimó y no se avergonzó de mis cadenas” (2 Timoteo 1:16).
- “En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para el tiempo de angustia” (Prov.17:17).
- Al igual que Onesíforo, seamos amigos verdaderos tanto en la adversidad como en los buenos tiempos.
HG/MD
“En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para el tiempo de angustia” (Prov.17:17).