Lectura: Daniel 12:1-13

Algunos consideran que la vida es como la llama titilante de una vela, creen que al igual como cuando se consume el total de la cera, su luz se apaga para siempre; dicen que lo mismo sucede cuando damos nuestro último suspiro en esta vida, ya que también nos extinguimos completamente y nuestra huella durará tan sólo algún tiempo hasta que seamos olvidados.

Un amigo quien había asistido al funeral de una persona que siempre se declaró como ateo, me dijo que había sentido mucha tristeza, pues nadie había elevado tan siquiera una pequeña oración en la tumba, de hecho, nadie dijo absolutamente nada de aquella persona, ni para bien, ni para mal.  Los restos de aquel hombre tan sólo fueron colocados en la tierra, sin ceremonia alguna, sin melodías, sin lágrimas, como si se tratara de ocultar de la vista algo que estorbaba.

Al pensar en esta cruda situación, no puedo sino pensar en que la vida sin fe se vuelve insípida, sin sentido, sin esperanza, ni razón, y que por lo menos en esta tierra se consume como una vela.

Debemos comprender un principio bíblico muy importante, la vida no se termina como la vela, los creyentes en particular tenemos la confianza de que Jesús: “…anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio” (1 Timoteo 1:10) y que en Él tenemos la esperanza de la resurrección y la vida, debido a que todo aquel que cree en Jesús “no morirá eternamente” (Juan 11:25-26).  Pero también, es una realidad que todo aquel que no cree, al morir recibirá su recompensa: “El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18), y el castigo será eterno (2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 14:10-11).

Pero, no tenemos por qué seguir mortificándonos si hemos depositado nuestra fe en Jesús, pues debido al poder y gracia de Dios exhibida en el calvario, podemos estar seguros que al poner nuestra fe en la obra salvífica del Señor, finalmente seremos resucitados (1 Tesalonicenses 4:13-18), y resplandeceremos como las estrellas: “resplandecerán con el resplandor del firmamento; y los que enseñan justicia a la multitud, como las estrellas, por toda la eternidad” (Daniel 12:3).

  1. No somos velas titilantes, nuestra luz eterna proviene del Señor (Mateo 5:14-16).
  2. Puesto que Cristo vive para siempre, también nosotros viviremos eternamente (Juan 3:16).

HG/MD

“Los entendidos resplandecerán con el resplandor del firmamento; y los que enseñan justicia a la multitud, como las estrellas, por toda la eternidad” (Daniel 12:3).