Lectura: 2 Corintios 1:3-11

En las semanas posteriores al asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy, uno de sus biógrafos registró que su viuda, Jacqueline, recibió casi 1.000.000 de cartas de personas de todo el mundo.

Las cartas eran escritas por toda clase de personas, desde jefes de estado y famosos, hasta por amigos cercanos, y en su gran mayoría provenían de personas sin ningún tipo de ligamen familiar, es decir provenían de personas comunes y corrientes.  En general estas cartas expresaban su dolor y condolencias por la pérdida que había sufrido esta mujer.

Y es que cuando los demás sufren y nos nace el deseo de ayudarlos, es bueno recordar la forma en la cual se refirió el apóstol Pablo al “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”, como el “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).

Nuestro Padre celestial es la fuente suprema de toda misericordia tierna, palabra amable y acción servicial que brinde aliento y cuidado. El erudito bíblico W. E. Vine dice que “paraklesis”, la palabra griega traducida como “consolación”, significa “un llamado a estar junto a otra persona”. Estas palabras de consuelo aparecen varias veces en la Escritura como un recordatorio de que el Señor nos mantiene cerca y nos invita a aferrarnos a Él.

  1. Así como el Señor nos envuelve con sus brazos amorosos, nosotros también podemos abrazar a los demás “con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:4).
  2. Una palabra de aliento y positiva nunca está de más cuando conversamos con alguien que la necesita.

HG/MD

“Quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Corintios 1:4).