Lectura: Nehemías 9:7-21

Roberto decidió seguir a Jesús luego de asistir a una Escuela Bíblica de Vacaciones cuando tenía diez años. No obstante, quince años después el compromiso que había hecho se le empezó a olvidar. Había adoptado una filosofía de vivir solamente el momento y con el tiempo había desarrollado muy malos hábitos de todo tipo.

Por supuesto, al cabo de un tiempo todo parecía caerse a pedazos: tuvo problemas en el trabajo y vio a algunos de sus amigos morir muy jóvenes por el uso de las drogas. Así que los temores y dudas comenzaron a invadir a Roberto, y nada parecía ayudar… hasta que un día leyó el Salmo 121:2: “Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra”. Estas palabras llegaron a su corazón y empezaron a desvanecer el temor y la confusión de su corazón.  Nuevamente recurrió a Dios en busca de ayuda, y el Señor lo perdonó y reconfortó con su amor infinito e incomprensible.

Y es que la travesía espiritual de Roberto nos debe recordar la historia del pueblo de Israel. Los israelitas tenían una relación singular con Dios: eran su pueblo escogido (Nehemías 9:1-15). No obstante, pasaron muchos años en rebeldía e ignorando la bondad del Señor, y alejándose para seguir sus propios caminos (vv. 16-21).

Sin embargo, cuando se volvieron a Él y se arrepintieron, Dios se mostró perdonador, “clemente y compasivo, tardo para la ira y grande en misericordia, no los abandonaste” (v. 17).

Estas cualidades divinas nos animan a acercarnos al Señor, aun después de habernos alejado de Él. Cuando humildemente abandonamos nuestras conductas rebeldes y volvemos a consagrarnos a sus caminos, Dios muestra compasión y nos recibe con agrado de regreso a la comunión con Él.

  1. Ven, regresa al hogar, nunca estás demasiado lejos, vuelve a los brazos de tu Padre, quien te espera para mostrarte un mejor camino.
  2. Gracias Señor porque eres clemente y compasivo, nos ejemplificas la forma en la cual nosotros también debemos actuar cuando alguien reconoce sus errores y quiere continuar adelante, tal como el hijo pródigo (Lucas 15:11-32).

HG/MD

“Pero era necesario alegrarnos y regocijarnos porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado” (Lucas 15:32).