Lectura: Tito 3:1-8

Hablando con un amigo, me contó sobre una historia que lo marcó durante sus años de secundaria.  Él era una persona a quien le encantaban los deportes, pero en especial el futbol, entonces pasaba horas y horas practicando. Así que, el hecho de que no lo escogieran para formar parte del equipo de su secundaria en el último año, después de haber jugado desde su ingreso, lo entristeció mucho.

Así que, entre triste y enojado, siguió adelante.  Iba a todos los partidos de su equipo y llevaba el registro de los goles, pases, resultados de sus amigos, entre otras estadísticas y se los pasaba al entrenador; ese año el equipo llegó a las finales, pero sin él.

Él nunca pensó que sus amigos estuvieran observando su reacción por quedar fuera del equipo, decisión que respetaban, pero no compartían.  Por eso, al final del año se sorprendió cuando varios de esos excompañeros de equipo, se acercaron y le externaron lo que pensaban sobre su reacción ante la decepción; para ellos había sido una lección de vida y sabían que él era creyente, por lo cual su ejemplo les evidenció cómo puede ser una respuesta madura ante una situación injusta, tal y como lo hubiera hecho Jesús.

El motivo de esta historia no es decirte que hagas lo mismo, pues cada situación es diferente, pero es importante que te des cuenta de que las personas siempre te están observando.

En nuestra lectura devocional en Tito 3:1-8, el apóstol Pablo nos explica que la vida para la cual Dios nos capacita debe incluir el respeto, la obediencia y la bondad. Todo esto se produce por el nuevo nacimiento en Jesús (Juan 3:16) y la renovación que genera el Espíritu Santo derramado en nosotros (Romanos 8:12-17).

  1. Señor, permite que nuestras reacciones ante la injusticia sean maduras, para que otros puedan ver cómo reacciona una persona controlada por Dios.
  2. Cuando dejamos que el Espíritu Santo nos guíe, Dios se presenta a otros a través de nuestra vida.

HG/MD

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Romanos 8:14).