Lectura: Mateo 18:1-5

Una familia estaba en un restaurante dispuesta a tener una buena cena, antes de que empezaran el más pequeño de la familia oró a Dios de la siguiente manera: “Gracias Señor por los alimentos que disfrutaremos.  Y estaría muy agradecido si papá nos comprara al final un helado, amén”.  La familia y muchos de los que estaban cerca de aquella escena familiar, dejaron salir unas cuántas sonrisas.  Pero una mujer muy enojada dijo: “Es por eso que estamos como estamos, mira que pedirle a Dios un helado.”  Al oír estas palabras el niño se entristeció y de sus ojitos salieron unas cuántas lágrimas.  En ese mismo momento un adulto mayor, se le acercó al niño diciéndole estas palabras: “Es una lástima que ella nunca le pida helado a Dios, un poco de dulce es necesario para el alma”.

Cuando hubo terminado la comida, llegó la hora del postre, y por supuesto fue un delicioso helado, le dio una probada y luego se puso de pie y se dirigió donde la mujer, diciéndole: “Esto es para usted, el helado es muy bueno para el alma y mi alma ya está bien”.

El niño ejemplificó perfectamente la clase humildad desinteresada a la cual Jesús hace referencia en el capítulo 18 de Mateo, al ser inquirido por sus discípulos sobre: “Quién es el mayor en el reino de los cielo?”.  Su respuesta está encerrada en la humildad y confianza que muestran los niños:  “Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el más importante en el reino de los cielos”   (Mateo 18:4)

  1. Señor, has que comprendamos la importancia de la humildad que es necesaria en nuestra vida y a tener la confianza que muestran los niños en su manera de ser para con Dios.
  1. Nuestra fe en Dios debe ser tan fuerte y sencilla como la fe de un niño.

HG/MD

“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el más importante en el reino de los cielos”  Mateo 18:4.