Lectura: Salmos 8:1-9

Una maestra les pidió a los niños de su clase que hicieran una lista con las preguntas que le harían a Jesús si se presentara personalmente la semana siguiente. Asimismo, le pidió lo mismo a un grupo de adultos.

Los resultados fueron sorprendentemente diferentes. Las preguntas de los niños eran increíblemente creativas e inocentes; por ejemplo escribieron: “En el cielo, ¿tendré que estar sentado, vestido con una túnica y cantando todo el día?, ¿mi mascota irá al cielo?, ¿las ballenas estaban dentro o fuera del arca?, ¿cómo le va a mi abuelo ahí arriba contigo?”. Sus preguntas no ponían en duda la existencia del cielo o de que Dios obrara de forma sobrenatural en nuestra realidad.

Por otra parte, las respuestas de los adultos estaban llenas de cuestionamientos y en algunos casos llenas de resentimiento: “¿Por qué les pasan cosas malas a las personas buenas?, ¿cómo sé que estás escuchando mis oraciones?, ¿por qué hay un solo camino al cielo?, ¿cómo pudo un Dios amoroso permitir que me sucediera esta tragedia?”.

Alguno puede decir que las preguntas de los niños muestran su realidad, en la cual no viven con las preocupaciones ni las tristezas que agobian a los adultos. Pero, igualmente podemos decir que su fe les permite confiar en Dios más fácilmente.

Mientras los adultos solemos perdernos entre las pruebas y las angustias, los niños mantienen la perspectiva del salmista sobre la vida: eterna y consciente de la grandeza de Dios (Salmo 8:1-2).  Pregúntate hoy ¿qué tipo de fe muestran tus preguntas?

  1. Podemos confiar en el Señor, y Él anhela que lo hagamos como los niños (Mateo 18:3).
  2. La dependencia de Dios comienza con la confianza de que Él sí sabe lo que es mejor para nosotros.

HG/MD

“Y dijo: De cierto les digo que, si no se vuelven y se hacen como los niños, jamás entrarán en el reino de los cielos.” (Mateo 18:3).