Lectura: Salmos 23:1-6

Debido a un viaje familiar de unos conocidos, a un amigo le pidieron que mientras estuvieran fuera cuidara al perro, entonces con mucho gusto mi amigo aceptó aquella tarea que le pareció sencilla.

Cuando llegó el primer día a alimentar a la mascota, entró a la casa, fue al jardín donde el perro estaba durmiendo cerca de un bote de basura metálico; se trataba de un animal grande y estaba un poco asustado por la visita inesperada.  Al acercarse con la bolsa de comida, mi amigo dio un salto tan grande que derribó el bote de basura, lo cual intensificó el susto del animal y por alguna circunstancia extraña, la cola del animal se enredó con un juguete de masticar que tenía y que chillaba al golpearlo, así que cuanto más corría más ruido hacía.

Mi pobre amigo corría tras la mascota y esta a su vez corría más, mientras aullaba y ladraba; los vecinos rápidamente salieron para ver que era todo aquel circo, a los minutos el animal se cansó y mi amigo pudo soltar el juguete de su cola.

Por rara que parezca la situación, lo que vivió aquel animal me hizo recordar el Salmo 23. Encontré algo nuevo y profundo que comprender en este antiguo y conocido pasaje para brindar consuelo.

Los primeros cinco versículos dicen cómo Dios gentilmente nos guía, alimenta, se preocupa por nosotros y nos protege.  No obstante, al llegar al verso 6 hay un cambio sutil, en lugar de hablar acerca de la manera en que Dios nos guía, el salmista habla de lo que nos sigue. Según el texto, la bondad y el amor nos siguen cuando seguimos a Dios. En otras palabras, su amoroso cuidado nos sigue a lo largo de toda nuestra vida.

  1. Detente y tranquilízate, tu Padre Celestial está a tu lado.
  2. Gracias Señor por tu cuidado y sustento, pero sobre todo gracias por estar siempre presente en nuestras vidas.

HG/MD

“Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por días sin fin.” (Salmos 23:6).