Lectura: Salmos 73:1-28
Un abuelo contaba la siguiente historia de su nieto: “Me encanta ver a Cory, mi nieto de 2 años, jugando con sus juguetes, llenando de risas y alegría todos los rincones de la casa. Para él su casa es su castillo, salta y corre descuidadamente alrededor de todos los muebles. Sin embargo, cuando se enfrenta a un nuevo entorno, se queda cerca de mamá.
Cuando su mamá lleva a Cory a la tienda de comestibles o al centro comercial, él se asegura de estar muy cerca de ella. Si un desconocido le presta un poco de atención, él lanza sus bracitos alrededor del cuello de mamá y se refugia en la seguridad que ella le brinda. Y si se cae o se golpea la cabeza, corre directamente a ella.
¿Y a dónde si no, iba a ir? Ella siempre ha estaba justo ahí, cuando él necesitaba que estuviera a su lado.”
De ese mismo estilo era la relación del salmista Asaf con Dios. Cuando era rodeado por las circunstancias confusas y preocupantes de la vida, él siempre pudo refugiarse al Señor. Se recordó a sí mismo que Dios estaba en control y que cuidaría de él. En el Salmo 73, después de expresar honestamente sus preguntas y sus dudas, Asaf concluyó: “¿A quién tengo yo en los cielos? Aparte de ti nada deseo en la tierra” (Salmos: 73:25).
- ¿Es inútil buscar en otra parte algo que sólo Dios te puede dar? Por la fe, extiende tus brazos alrededor de Él. ¿A dónde más irías?
- Porque Dios está con nosotros, no tenemos que temer lo que está delante de nosotros.
HG/MD
“¿A quién tengo yo en los cielos? Aparte de ti nada deseo en la tierra” (Salmos: 73:25).