Lectura: Filipenses 2:1-11

En ocasiones Dios utiliza situaciones para mostrarnos algunas cosas no tan agradables que han anidado en nuestros corazones.

Por ejemplo, habíamos quedado en encontrarnos con una amiga quien se había retrasado ya más de una hora, y para colmo ni siquiera se molestó en llamarnos. Cuando la llamamos a su teléfono móvil nos dijo que estaba de camino, y luego nos cortó abruptamente. Al llegar, ni siquiera se disculpó.

Sabía que yo estaba en lo correcto y ella, definitivamente equivocada en este asunto. De repente este pensamiento inundó mi corazón y cabeza: ¿Qué derecho tenía ella de hacernos esperar sin darnos una explicación?  Los momentos siguientes los pasé de mal humor y enojado.  No se me ocurrió averiguar cómo se sentía mi amiga y por qué se había comportado de esa forma.

Más tarde nos contó el asunto urgente que la había detenido y me dijo que había estado consumida por su problema.  Fue entonces cuando el Señor me hizo repasar mi actitud. Habló a mi corazón por medio de las palabras de Filipenses 2, me recordó la “mente de Cristo”. Pero, ¿qué significa eso?

Jesús, aunque es uno con Dios Padre, no consideró sus propios derechos, sino que se convirtió en uno de nosotros y se humilló a sí mismo, incluso hasta morir en la cruz (Filipenses 2:6-8). Al darme cuenta de eso me sentí instantáneamente avergonzado de mi actitud orgullosa y egoísta hacia nuestra amiga. Yo necesitaba la ayuda de Jesús para cambiar.

  1. Para ser siervo de Dios necesitas una actitud correcta.
  2. Antes de juzgar, pregunta y ponte en la situación de la otra persona.

HG/MD

“Porque, ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién lo instruirá? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1 Corintios 2:16).