Mártires de la Fe
Por amor a mis compatriotas
Ezequiel, Laos, Asía, 2001
La vida de Ezequías cambió tanto que tenía que decírselo a alguien. Cuando regresó a la aldea donde se había criado, les dijo a 35 parientes y aldeanos que se reunieron con él y le exigieron saber por qué se había convertido al cristianismo: “Jesús es el único camino que me puede salvar de mis pecados. Jesús es el único camino en el que puedo tener vida eterna”.
Esto no les gustó. Cuando Ezequías razonaba con ellos acerca de las verdades que había encontrado estudiando la Palabra de Dios y mediante el discipulado de otros creyentes en el refugio que había dejado para llevarles el evangelio, los ánimos comenzaron a caldearse. De repente, alguien se abalanzó y agarró a Ezequías. Otros le siguieron. Lo arrastraron por el suelo y lo golpearon hasta que sufrió un desmayo. Luego lo dejaron tirado en la calle, amoratado y sangrando.
Cuando la turba se fue, un amigo se llevó a Ezequías a su propia casa, donde lo cuidó hasta que recuperó la salud. Pasaron cuatro días antes que Ezequías pudiera levantarse de la cama sin ayuda.
Al final, Ezequiel abandonó la aldea y hasta el día de hoy no le reciben bien allí, ni tampoco en las casas de su familia. En su lugar, ahora viaje de aldea en aldea predicando lo que aprendió de la Biblia y mostrando el camino de salvación a tantos como le sea posible. Dijo que no les negaría a sus compatriotas las Buenas Nuevas.
Debido a esto, lo han golpeado y echado de al menos diez aldeas más. Algunas de las golpizas fueron tan fuertes que llegó a pensar que no lograría sobrevivirlas y algunos fueron tan malos que desearon que fuera así. Sin embargo, su testimonio permanece firme: “A medida que he madurado en mi andar con Cristo, tengo más fe para soportar esas tribulaciones. Los juicios que he tenido que atravesar me han servido para fortalecer mi fe, cuando vea la fidelidad de Dios en liberarme. Gracias a Dios que he podido llevar a treinta personas al conocimiento que salva de Jesús.
A menudo decimos que tenemos el espíritu o el orgullo de educar en nuestra comunidad, ¿Pero con cuánta frecuencia estamos dispuestos a poner nuestra reputación en línea por los otros a fin de que posean también el gozo que tenemos en Jesús?
“Porque desearía yo mismo ser separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los que son mis familiares según la carne” (Romanos 9:3)
Tomado de: Locos por Jesús – Vol. II. Pág. 279-280