Lectura: 1 Pedro 2:9-12

Cuando era niño, luego de salir de la escuela solía ir a jugar con mis amigos a un pequeño bosque que estaba cerca de donde vivíamos. Disfrutábamos de las frutas frescas de temporada, pero como a todos los niños traviesos nos encantaba derribar panales de abejas para disfrutar de la dulce miel.

Uno de esos días, nos acompañó un niño que estaba de visita en la casa de mi amigo más cercano y fuimos a bajar nuestra porción de miel.  El niño nunca había hecho aquella “proeza”, así que en el momento que golpeamos el panal, una “banda” de abejas calló sobre nosotros; como era usual corrimos, y aunque casi siempre nos picaban nunca había pasado nada grave.  Sin embargo, aquel niño no corrió y de inmediato fue picado múltiples veces; aunque se le inflamaron los ojos y las manos, gracias a Dios no pasó de un gran susto. Definitivamente nuestras acciones irresponsables de ese día le provocaron mucho dolor a ese niño.

Este es un ejemplo de lo que sucede en nuestras relaciones interpersonales cuando no actuamos como creyentes y herimos a los demás. Aún después de pedir disculpas, la “picadura” sigue.

Las personas podrían tener razón al esperar que los seguidores de Cristo no fueran ásperos y mostraran paciencia.  Pero en muchas ocasiones nos olvidamos de que las personas que luchan con la fe, la vida o con ambas cosas, observan expectantes a los creyentes.  Por supuesto esperan ver menos enojo y más misericordia, menos juicio y más compasión, menos crítica y más estímulo. Nuestro Señor Jesús y el apóstol Pedro nos dijeron que vivamos vidas buenas para que Dios sea glorificado (Mateo 5:16; 1 Pedro 2:12).

  1. Que nuestras acciones y reacciones guíen a los que nos rodean hacia nuestro Padre amoroso.
  2. Debemos recordar que nos ven siempre y nuestro testimonio es una poderosa herramienta para presentar o desestimular que una persona sea atraída por el mensaje del evangelio.

HG/MD

“Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).