Lectura: Salmos 86:1-7

El titular del noticiero decía: Oraciones no oídas. La nota periodística versaba sobre la historia de un grupo de cartas que habían sido encontradas cerca de la costa, eran unas 300 y habían sido enviadas a un ministro para que orara por las peticiones contenidas en ellas, la mayoría no habían sido abiertas.

El ministro había muerto hacía muchos años y efectivamente corroboraron la historia de que, en una predicación, el hombre había motivado a las personas a escribir sus oraciones para luego orar por cada una de ellas.

Algunas de las cartas pedían cosas frívolas, pero en su gran mayoría eran deseos y anhelos de madres, padres, hijos, viudas angustiadas que habían vertido en aquellas cartas sus corazones delante de Dios.  Es por esto que el periodista se apresuró a escribir el titular: “Oraciones no oídas”.

Sin embargo, esto sin duda no es así, la oración no funciona de esa manera; a todas y cada una de las personas que escribieron esas cartas, Dios las había escuchado, no hay ninguna oración que quede en el olvido, tal como lo indica el salmista: “Oh Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi gemido no te es oculto” (Salmos 38:9).

El rey David conocía muy bien el poder de la oración, puedes depositar delante de Dios tus oraciones sabiendo que Él estará atento a cada palabra o letra que salga de tu corazón.

  1. Si lo prefieres escribe tus oraciones, exprésalas con tus labios o si lo deseas mantenlas en el silencio de tu ser, dile a Dios todas las cosas que quieras contarle, aceptando eso sí, Su perfecta voluntad.
  2. No hay oraciones perdidas o no oídas, Dios siempre estará atento, pero tú tienes que expresar lo que sientes o necesitas delante de Él.

HG/MD

“Escucha, oh Señor, mi oración; atiende a la voz de mis súplicas” (Salmos 86:6).