Lectura: 2 Corintios 1:3-11

Es común pensar que las “oportunidades” son ocasiones que nos permiten avanzar en nuestros planes de vida.  Nos fascina la idea de que se nos abran puertas favorables o en el momento oportuno para aprovechar alguna situación que nos beneficie.  No obstante, ¿hemos pensado en las oportunidades desde la perspectiva de Dios?

El escritor Browning Ware escribió las siguientes líneas: “Nuestras peores circunstancias pueden ser la mejor oportunidad de Dios para dar una nueva razón de ser a nuestras vidas”.  J. B. Philips escribió algo en la misma línea: “La adversidad del hombre es la oportunidad para Dios”.

Este principio bíblico fue puesto en práctica muchas veces en la vida del apóstol Pablo y seguramente ha sido cierto muchas veces en nuestras vidas.  En su segunda carta a los Corintios Pablo hace referencia a que él y algunos de sus compañeros en el camino del evangelio, se encontraron bajo una presión fortísima, seguramente superaba en mucho sus capacidades humanas, incluso pensaron que iban a morir: “Porque no queremos que ignoren, hermanos, en cuanto a la tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, hasta perder aun la esperanza de vivir” (2 Cor.1:8).  Mas, en esos momentos aprendieron Pablo y sus amigos a no confiar en sí mismos, “…sino en Dios que levanta a los muertos” (2 Cor.1:9).

Cuando examinas tu propia vida, ¿puedes reconocer la situación por la que estás pasando como una oportunidad para que Dios te enseñe?  Ya sea que estés pasando por un tiempo en el cual tienes un gran dolor o pérdida, sientas que estás al final de tus fuerzas o que hayas perdido la esperanza; no debes olvidar que la peor de las circunstancias puede ser la mejor oportunidad para Dios.

  1. Confía en Dios, sólo Él puede darle un nuevo significado a tu vida.

 

  1. En muchas ocasiones Dios puede utilizar nuestras caídas para hacernos avanzar.

HG/AC/MD

“Y nuestra esperanza con respecto a ustedes es firme, porque sabemos que, así como son compañeros en las aflicciones, lo son también en la consolación” (2 Cor. 1:7).