Lectura: Filipenses 1:1-11

Aquel era un día triste de invierno, la razón, el funeral de la esposa de un amigo.  En la parte final de la ceremonia y ya estando en el cementerio, el hombre empezó a llorar de forma desconsolada.  En ese instante de forma imprudente una persona se acercó a él y le dijo: “Está bien llorar, no te preocupes, algún día olvidarás”.

“¿Olvidar?”, eso fue lo que dijo sin palabras. Sin necesidad de abrir su boca la expresión del rostro comunicó tantas palabras como el mejor poema de amor jamás escrito, esas y más eran las emociones de aquel hombre quien sufría por la partida de su amada.  Sin palabras él le dejó claro a aquel imprudente que no tenía el deseo de olvidar los hermosos momentos vividos con ella, lo acompañarían todos los días de su vida, por supuesto, previendo algún día la reunión en el paraíso pues ambos eran creyentes, aun sabiendo por fe que las cosas no serán iguales, pues ambos tendrán cuerpos y mentes renovados (Mateo 22:23-33; I Corintios 15:35-58).

Uno de los regalos más valiosos con que nos ha previsto Dios es la capacidad de recordar, por supuesto, existen muchas heridas y decepciones que debemos olvidar.  Pero los buenos recuerdos se convierten en un cofre de tesoros que podemos contemplar y usar para inspirarnos a seguir adelante.

El apóstol Pablo lo expresó de la siguiente manera: “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes” (Filipenses 1:3).  Los recuerdos que había construido al lado de sus amigos de Filipos le daban gran consuelo y gozo mientras esperaba su juicio en Roma, y al hacerlo también le daba la ocasión de orar por ellos aun en medio de aquella triste situación.

  1. Dios nos proveyó la bendición de los recuerdos a los que podemos recurrir para fortalecernos y tener consuelo.
  2. No permitamos que las cargas del día borren las bendiciones del ayer.

HG/MD

“Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes” (Filipenses 1:3).