Lectura: Eclesiastés 2:1-11

Una vez me dijeron esta frase que me llamó mucho la atención: “La vida no se mide por la cantidad de veces que respiramos, sino por los momentos que nos quitan el aliento”. Si bien es cierto podemos decir que esta frase hasta cierto punto es muy simpática, e incluso algunos la darían como cierta, es por así decirlo un tanto engañosa, ya que, si tan sólo midiéramos la vida por las situaciones impresionantes o que nos roban el aliento, pasaríamos por alto una infinidad de otras situaciones también importantes, pero comunes.  Por ejemplo, poder comer, dormir y aun respirar, son cuestiones que consideramos “ordinarias”, ya que las hacemos todos los días sin pensar mucho en su impacto.

Pero, sin duda no son nada comunes. Cada vez que comemos estamos saciando nuestra hambre y obtenemos energía para continuar, al dormir recuperamos fuerzas y le damos el descanso necesario a nuestro cuerpo, y respirar es algo que incluso hacemos inconscientemente aun cuando estamos dormidos, pero si nos priváramos de respirar, eventualmente moriríamos; estas cosas “rutinarias” son más importantes y milagrosas que algunas que nos quitan el aliento.

Posiblemente el rey Salomón también sintió lo mimo cuando dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan ni rehusé a mi corazón placer alguno; porque mi corazón se alegraba de todo mi duro trabajo. Esta fue mi parte de todo mi duro trabajo” (Eclesiastés 2:10).  Pero esto tan sólo lo llevó a la conclusión: “pues todo es vanidad y aflicción de espíritu” (v.17).

En verdad la vida de Salomón nos recuerda la importancia de hallar gozo en los acontecimientos “comunes”, porque realmente son maravillosos. Lo más grande no es siempre lo mejor. A veces, tener más no significa progresar y estar más ocupados no nos vuelve más importantes.

  1. En lugar de buscar el sentido de la vida en los momentos que nos quitan el aliento, debemos valorar la importancia de poder respirar y hacer que cada respiración sea significativa.
  2. Agradezcamos hoy por las bendiciones inmerecidas que recibimos del Señor.

HG/MD

“Vanidad de vanidades”, dijo el Predicador, “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2).