Lectura: Hebreos 9:23-28

Eran los tenebrosos días de la Segunda Guerra Mundial.  Wayne y Red estaban en un mismo pelotón de las fuerza aliadas, Wayne se ofreció como guía del grupo en territorio enemigo y Red lo respaldaba en sus decisiones.

Ambos guiaron a sus hombres en medio de terribles batallas, hasta que llegaron a la famosa línea Sigfrido, la cual era un sistema de defensa alemán a lo largo de 630 km, que consistía en más de 18.000 búnkeres, túneles y trampas para tanques.

Cuando intentaron cruzar esta línea defensiva, una granada explotó justamente al frente de donde corrían, Wayne quien iba al frente de sus hombres resultó herido por la explosión, al ver Red que su amigo Wayne no podría seguir, se detuvo y lo cargó trayéndole de vuelta a un terreno seguro, protegiéndolo con su cuerpo del despiadado fuego enemigo.  Segundos después de poner a salvo a su amigo, Red recibió una bala que le hizo perder la vida.  Wayne logró sobrevivir y en sus memorias escribió las siguientes líneas en referencia a su amigo Red: “Nunca nadie me valoró tanto”.

De cierta forma también podemos decir que Jesús “recibió la bala” que iba dirigida a nosotros.  Todos nacimos en pecado y por consiguiente la paga de este es la muerte (Romanos 6:23).  Sin embargo, debido a su gran amor de Dios envió a su Hijo Jesucristo, pagando la pena que había sobre nosotros, muriendo en la cruz (1 Pedro 3:18).  Debido a este sacrificio y posterior resurrección tenemos acceso al perdón de Dios, disfrutamos de Su presencia y esperamos el gozo venidero de la vida eterna.

  1. Nunca nadie te ha valorado tanto hasta llegar al punto de morir por ti con el fin de salvarte, pon tu fe en Jesús y síguelo.
  2. Para darte un lugar en el cielo, Jesús ocupó tu lugar en la cruz.

HG/MD

“Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados.” (1 Pedro 2:24)